Seguramente haya invitado usted a un conocido o conocida a disfrutar del aroma de una flor, de un plato de comida o de la nueva fragancia que adquirió en el súper de la esquina. También, seguramente, habrá recibido como respuesta un “no puedo oler” en más de una ocasión, debido al resfriado o proceso alérgico que esté sufriendo esa persona. Pues bien, ese no es mi caso.
Al igual que muchas otras personas, nací con nariz. Lo que no sabía es que su utilidad se iba a limitar a proporcionar oxígeno a mi organismo, ya que oler, lo que se dice oler, es imposible para mí. Hace tiempo que padezco anosmia. Es decir, carezco de sentido del olfato. Además de confirmarlo con pruebas médicas, me di cuenta en el momento que dejé de apreciar los olores de la gasolina y el alcohol; los dos únicos ‘aromas’ que he podido distinguir en mi vida.
Este proceso degenerativo del sentido del olfato se llama hiposia, y es lo que me ha ocurrido a mí. Fue difícil hacérselo entender a mi familia, que además de ver en mí a su niño del alma, veía también a ese ‘pequeño jerbo’ que no hacía los deberes por las tardes y se inventaba cualquier excusa para no tener que abrir un libro educativo. Esa fama de mentiroso me costó años de batallas con mis padres, que no daban crédito a mis afirmaciones: “A mí me huele todo igual“. Sigue leyendo